lunes, 11 de febrero de 2008

EL CAMPO


Totalmente desencajada y fuera de control, esa mañana de domingo, Berenice se subió a su coche último modelo y se dispuso a alejarse del barullo mental que la consumía.

Estaba harta de su vida de ejecutiva en una gran empresa transnacional, llevando miles de cuentas, proveedores y demás asuntos relacionados con dinero. Todos los días desde hacia 7 años, llegaba desde las 8.30 AM, en el mismo tráfico absorbente, en una ciudad donde todos tienen prisa. No había horario de salida en ese edificio de cristal que le absorbía la energía, ese edificio frío y reflejante, donde la única luz que veía a diario era de 75 watts. Estaba harta de subir por el elevador para encontrar las mismas caras largas de siempre y sonreírles fingidamente dando los buenos días, y entrar al mismo despacho que la empresa le había asignado, el cual le era familiar sólo por el hecho de pasar más de la mitad de su vida. Estaban prohibidas las fotos, los adornos, los objetos personales que pudieran cambiar la decoración de todas las oficinas. Las preocupaciones, agobiaban su jornal, el trabajo estresante la abrumaba, las entregas, ¿Qué no había nada más en la vida? Todos los días lo mismo y para colmo, si se requería, tenía que trabajar sábados o hasta los domingos.

Este domingo en cuestión había dejado a un lado el desayuno con sus amigas, postergado la cita con el dentista, y cancelado su rutina de ejercicios en el spa, todo para sacar esos balances urgentes para el lunes. Pensó que a eso de las 11 de la mañana terminaría el reporte, tendría tiempo para llegar a casa arreglarse e ir a la comida con los padres de Omar, era la presentación formal de su compromiso. Pero a eso de las 10.30 AM se dio cuenta que todo se retrasaría por lo menos otras 4 horas más, y que no alcanzaría ni el postre. Hablo por teléfono con su amado para poder retrasar la comida, para aplazarla la próxima semana, pero lo único que recibió fueron recriminaciones, “es que siempre haces lo mismo, te importa más tu trabajo, ya estoy harto”, y ella también empezó con recriminaciones parecidas, “es que tú no me comprendes, tú también haces lo mismo, ya estoy harta”, la pelea fue grande y al final, ambos se despidieron golpeando el auricular.

Berenice aun temblando de coraje apagó su computadora y como ya mencioné en el primer párrafo, bajó por el elevador, fue al estacionamiento y subió a su coche, al salir la luz del día la cegó y empezó a llorar descontroladamente, manejó hacia la gran avenida de Palmas, el alto del semáforo la sorprendió y manoteando con furia el volante se preguntaba por su maldita suerte, ¿Que debía hacer ahora?, ¿A donde iría?.

Ya muy tarde para poder hacer todas sus actividades y tan enojada para enfrentarlas, miró perdida hacia la infinidad que se le presentaba, y de pronto como una ilusión o espejismo, sus pupilas divisaron una imagen bucólica, los tiempos primigenios se introdujeron en su cabeza, debía volver a los orígenes, a la simplicidad del campo, al sonido de los gallos al levantarse, al arrullo de los maizales con el viento de la tarde, al término de las preocupaciones cotidianas citadinas, de preocupaciones materiales que tan carentes de sentido se habían convertido. Escaparía a la realidad que ese domingo la vida le había impuesto.

Recordó el poblado de sus tíos, allá cerca de Toluca, donde cuando niña sus padres la llevaban cada fin de semana. Los sábados y domingos eran maravillosos, entre los caballos, las vacas y las aves de corral, comiendo elotes y tamales, jugando entre la hierba fresca y la paja. Trepando por los árboles y juntando los frutos para poder comerlos entre la familia. Su recuerdo la lleno de emoción y esperanza, no lo dudo más, dirigió su coche hacia la carretera a Toluca para encontrarse nuevamente con la libertad.

Tardó un poco más de tiempo en llegar que las anteriores ocasiones, la ciudad había comido terreno al campo. Pasadas las 2.30 PM llegó al pueblo de su infancia y casi no lo reconoció, ahora era triste y solitario, pero bueno .... al fin y al cabo verde. El calor había sido asfixiante en el camino, así que se dirigió a la tienda local a pedir su acostumbrado refresco de dieta, pero no había, sólo refrescos normales en envases de vidrio con las calorías suficientes para hacer engordar a un elefante. No teniendo otro remedio, ingirió el líquido refrescante mientras miraba el camino que tomaría hacia su liberación.

Tomó la vereda hacia la campiña mexicana, miró al puesto de carnes y vió como la cecina era cortada y vendida entre moscas hambrientas, miró a unos niños sucios que jugaban en el riachuelo que hacia tan sólo 10 años era cristalino y puro, pero ahora se había convertido en un río de café capuchino con su respectiva espuma blanca, miró también como la observaban las personas del lugar, tan extrañados de su presencia. Poco a poco se fue alejando del pueblo, al mismo tiempo en que iba penetrando por la vereda que la llevaría al rancho de los tíos. Mientras caminaba, la vereda se fue achicando y la espesura del follaje se fue tornando más grave, pero ante su emoción sólo se mostraban escenas bucólicas de ensoñación, por cierto, el sol de la mañana había desaparecido para dar lugar a unas nubes grises medio tenebrosas

Cuando sus pies se empezaban a quejar de agotamiento, pudo ver a lo lejos un claro donde un débil rayo de luz solar iluminaba al pie de una colina, una cabaña de piedra. Corrió frenéticamente hacia la casa de los tíos y cuando llego a las faldas del terreno se sintió triunfante, libre, realizada, no más esclavitudes laborales, premisas citadinas, esto era la neta del planeta.

Se recostó en el pasto, se concentró para oler el frescor del campo, para sentir la tibieza de la tierra y su suave confort, para llenarse de la energía de los árboles a su alrededor, del aroma inconfundible del pino, sintió la armonía natural de su ser, y.... demás patrañas, por que cuando más concentrada estaba, sintió pisadas en su cuerpo, miró al centro de su chacra y en lugar de ver su espíritu elevándose al infinito, lo que vió fue un ejército de hormigas que la estaban atacando, tal vez sintiéndose amenazadas por su presencia citadina, Berenice se levantó atropelladamente y comenzó a quitárselas en forma histérica.

Al terminar la primera batalla con la naturaleza, empezaron a caer las primeras gotas del cielo, que cada minuto se ponía más y más gris, una por una caían, amenazándola, aunque más bien atacándola. Corrió a refugiarse a la cabaña con los tíos, que ciertamente no esperaban la visita de la sobrina, ya que cuando llegó a la puerta y tocó nadie le abrió, una vez más hizo el intento y una vez más fracasó. Fue corriendo a la puerta posterior pero tampoco le abrieron, entonces ya desesperada y con la fuerza de la desesperación empujó la puerta y logro abrirla, la sorpresa fue mayor, la cabaña estaba abandonada.

Al entrar observó estupefacta como la decoración había cambiado desde su infancia. Los vidrios estaban rotos, la chimenea estaba completamente desecha, no había muebles, no había cuadros en las paredes, no había nada. Pero.... ¿Por qué no se había dado cuenta desde que llegó de tal deterioro? La emoción bucólica. Pasaron unos minutos y las pequeñas gotas se convirtieron en un aguacero de los mil diablos, pero por algo la cabaña estaba abandonada, el techo del inmueble, bajo los efectos del tiempo, la descomposición y el nulo mantenimiento, tenia cientos de goteras por las cuales se filtraba el agua de la lluvia, provocando un aguacero interno, eso si, un poco menor al externo. Berenice se protegió en el rincón más seco que pudo encontrar, aunque lo mismo hicieron las hormigas que se fueron a refugiar junto con ella, al igual que las alimañas y unos cuantos cientos de miles de seres más, todos ellos muy desagradables.

Al cabo de unos minutos el granizo se hizo presente, no había llevado chamarra y el frío hacia presa cada centímetro de su piel y de su condición humana, en ese momento se acordó que en los balances no había considerado el porcentaje de los anticipos subrogados. Pasaron unos minutos más, cuando lo poco que quedaba del techo, se vino abajo, el peso del granizo no lo soporto. ¡Pobre! Tan débil.

El susto había sido enorme para los cientos de organismos congregados en la cabaña, de hecho algunos no lo contaron pero Berenice, que casi estuvo a punto de ser víctima de una viga asesina, salió corriendo de la cabaña para regresar al pueblo y tratar de refugiarse en alguna otra morada más segura y seca. Tomó camino por la vereda recién caminada.

El camino se había convertido en un lodazal, de hecho parecían arenas movedizas y al cabo de 100 metros de correr a gran velocidad se dió cuenta de lo precaria que resultaba su condición física y que los aeróbicos sólo habían sido una pérdida de tiempo. Estaba toda empapada y aunque el granizo ya había cesado, el frío de la lluvia permaneció calando sus huesos. Imprudentemente se refugió bajo un árbol llorón, que ciertamente malograba guarecerla de la lluvia. De repente y en la profundidad del cielo gris, una luz la encegueció. El relámpago había caído a unos 150 metros de distancia de donde se encontraba, pero la onda energética del rayo la tiró con fuerza al suelo. El árbol que había recibido la descarga, se encontraba ahora envuelto en llamas. Berenice se levantó llena de lodo y empezó a llorar descontroladamente. Pero de inmediato comprendió que no tenía tiempo de sentarse a pensar donde ir, salió corriendo del árbol protector.

Cuando llegó al pueblo vió a los mismos niños mojándose bajo la lluvia, y al mismo riachuelo con su caudal acrecentado, y más espumoso que antes. Todos los puestos estaban cerrados menos una tienda, donde se habían ido a refugiar los lugareños. Cuando ella entró completamente bañada en lodo, las personas congregadas la miraron extrañados y de no ser por la gran educación y respeto hacia el prójimo, se hubieran reído a carcajadas. El tendero sintiendo un poco de lástima le ofreció una toalla para que se secara. Ella agradeció tan noble gesto y de paso pidió un agua embotellada.

Tuvo que pasar una hora para que la lluvia amainara y durante este tiempo las personas comentaban que siempre era así por estos días, y que ojala no se echaran a perder las cosechas, ya que el año pasado les había ido muy mal con el granizo. Que la vida en el campo cada día se estaba volviendo más difícil, que ya no alcanzaba ni para comer carne todos lo días y que lo mejor era irse de mojado. En eso sonó el chillido de su celular, milagrosamente seguía funcionando después de la tormenta, era la voz de Omar, pidiendo que le perdonara, que había perdido los estribos y que jamás volvería a pasar, pero que ... no podía vivir sin ella. Tanto amor y tan fácil el perdón. “ Voy para allá, mi amor”, le contestó ella dulcemente, “ nada más me arreglo un poco”. La lluvia casi había finalizado. Pagó por el agua “El paraíso”, y se subió nuevamente a su automóvil para regresar a la gran ciudad, segura de que mañana tendría que trabajar desde muy temprano, para terminar los balances del día lunes.