lunes, 15 de diciembre de 2008

PETALOS

Hacia ya 2 semanas que presentaba ciertos síntomas que me parecían bastante extraños. Tales como el adormecimiento del dedo gordo del pie izquierdo, ensanchamiento de la terminación rectal, enrojecimiento en todo el cuerpo y un dolor de cabeza impresionante. No había dado importancia al principio pero al seguir con los achaques no pude más que tener un sentimiento de profunda intolerancia, y fui a quejarme con la persona a quien más confianza le tenía con la esperanza de lograr un poco de ayuda, con aflicción y llanto en mi rostro le dije . “¡¡¡Me muero, mamá!!!” ; De inmediato y sin previo aviso, comencé a vaciar lo que mis entrañas retenían . Lo mas extraño era que no se trataba de caca pestilente , ni comida putrefacta, ni intestinos retorcidos, eran los pétalos de rosas profundamente rojas, que en poco tiempo desbordaron la taza del baño.

En un claro estado de incomprensión y asombro, mi madre corrió a la cocina y a su regreso me obligó a ingerir una poción que probablemente era un terrible purgante con conocido aroma a repugnancia. Cuando terminé de beber ese litro de líquido amarillento y espeso, los pétalos de color rojo carmín bastante nítidos , comenzaron a aclararse paulatinamente hasta que de transparentes los creí inexistentes, fue cuando toda la familia pensó en mi cura y me sentí perfectamente sano, pero cual fue mi decepción al sentirlos nuevamente cuando trate de asearme, tan suaves y agradables que confirmaron su singular presencia. Volví a sentirme enfermo.

Mi madre al ver la ineficacia de su remedio, perdió el control y desesperada llamó al médico, el cual llegó en unos minutos. Examinó los pétalos en su microscopio analizador y me exploró detenidamente. Saco de su botiquín un libro muy grueso y lo revisó deteniéndose específicamente en una hoja, la leyó y miró al cielo pensativo, se llevó la mano a la boca y muy contrariado nos dijo que había un remedio para esta molesta enfermedad pero que no se hacía responsable de mi condición final. Aceptamos gustosos la propuesta y ya para la tarde se colocaron en el inodoro unas correas, las cuales se utilizaron para sujetarme de pies y manos. Inmediatamente después me dieron una dosis de solución parecida en olor y sabor al purgante de mi mamá. Pronto me vi lleno de tubos por todos los orificios que podían ser entubados, a excepción, claro esta, del orificio rectal. Aquella perdida de color había provocado en mi una palidez espectral que combinaba ciertamente con la decoración del baño. Por suerte aquellos tubos habían eliminado el dolor poco edificante en mi colita y mi cabeza, pero la sustancia transparente seguía saliendo de forma continua.

Pasaron los años y conforme pasaban esa palidez en todo mi cuerpo se fue tornando en una cómoda transparencia. La voz poco a poco se me fue apagando hasta resonar en un murmullo solo audible en los días de silencio total. El hambre se me quitó completamente y la glándula de la paciencia se me desarrollo increíblemente. Un día se decidió en una reunión familiar quitar los tubos del baño que tanto estorbaban y que nadie parecía necesitar. Esa misma tarde llegó un médico anciano reclamando los tubos y cobrando ciertos servicios que él había proporcionado a la familia. Le entregaron los tubos y le pagaron el dinero por algo que nadie recordaba, no sin antes agradecerle por tan buenos resultados. Traté de devolverles la memoria pero fue inútil, nadie me escuchaba. El médico se fue cumpliendo su palabra empeñada años atrás y no se hizo responsable de mi nueva situación aun cuando nadie podía explicarse del porque unos pétalos pálidos y suaves seguían saliendo de la taza del baño.

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