martes, 29 de abril de 2008

LOS PECES ASESINOS

Iba de regreso a casa después de una trágica jornada en la universidad. Conducía mi coche, un viejo Renault 18 cansado de tanto trajinar, de tanto ser absorbido por este mundo cambiante. En el acostumbrado y desesperante tráfico vespertino, miré a través de la ventana de mi auto al conductor de al lado, se trataba de un hombre de unos 35 años, que entre alto y alto consultaba su computadora portátil, verificando algún error en sus cálculos. Se veía cansado. Seguramente había trabajado sin un minuto de descanso por 4 días en un proyecto muy importante. Eso decía su jefe y el jefe de su jefe. Ahora entre el aplastante tráfico se preguntaba por el mañana: clientes, cuotas, refacciones, todas estas preocupaciones llenaban su cerebro sin ponerle la debida atención a las luces rojas que anunciaban un peligro constante.

En un descuido mío a su direccional, ví como su coche último modelo se desvió en Masarick, y como mucho antes que yo, llegó a su departamento en Polanco. Apretó un botón y estacionó su coche en un lugar exclusivo para él. En la puerta saludo a Don José, el conserje, del mismo modo en que saludaba a los que no le eran importantes, “Buenas noches, Don José”, “Buenas tardes, Fulanito”. Subió por aquel ascensor que tanto le desagradaba, siempre le daban mareos . Aun así, no supo cuando oprimió el botón con el número 7, ni cuando abrió la puerta con el número 723.

Dentro, en su apartamento de estilo post-moderno, sintió un poco de vida: eran sus amados peces, impacientes por su cariño y por un poco de comida. El, instintivamente, se acercó hacia esa enorme pecera que dividía el comedor de la sala y los vió. Eran los mismos de siempre, unos dorados, uno negro con grandes ojos y muchos otros multicolores. Todos ellos hermosos. Mientras les daba de comer una especie de escamas de algo, pensó en la forma en que estos la engullían, como que se ahogaban abriendo su boca sin cesar y aleteando cerca de la superficie. Sonrió, más por que siempre era el mismo pensamiento que tenía, que por la ocurrencia del pensamiento mismo.

Al momento seguido del acto alimenticio, dejó aquellos peces y fue hasta la cocina para comer algo, por que con tanto trabajo y alboroto se le había olvidado el hambre en el estómago. Ahora sin la preocupación laboral empezaba a sentir su furia devorando sus intestinos; busco aquí y allá , y nada, bueno casi nada, solo una botella semivacía de Coca Cola, que para su desgracia no tenía gas y si una especie de nata repugnante . Le dio asco. Ya se había quitado la chaqueta, la corbata y los zapatos y no pretendía salir a la calle a comer, cenar o lo que fuera a algún lugar de esos nocturnos para encontrarse con quien sabe que gente. En todo caso preferiría morirse de hambre , pero pensó que aun muriéndose de hambre, la misma hambre le seguiría molestando.¡¡Que molestia!!, siempre a él le pasaban estas cosas.

Pensó en algo delicioso, en una mojarritas fritas con una ensalada Claudio, o un exquisito pulpo en su tinta o por que no, un atún a la Mexicana. Esas imágenes en su estómago le provocaron una idea en la mente. Volvió su vista hacia aquella pecera que extrañamente resplandecía aquella noche. Había estado engordando a esos animales de pecera sin que estos hicieran algo por él, era justo que hoy, estos se sacrificaran por su Mecenas.

Los peces percibieron esa insana alegría del que su amo era presa, y los lleno de espanto. Era obvio que algo ruin tramaba. En su histeria trataron de echarse a correr, pero....¿A donde?, a un mundo donde el agua solo circula en cañerías, donde las constantes luces rojas se meten en las pupilas y las desquician de peligro, donde lo importante dejaba de ser importante para dar paso a lo realmente importante. Pero, ..¿que era importante?

Aquel hombre había desaparecido, pero a lo lejos, los peces sintieron un melodioso silbido rítmico y unas pisadas inconstantes en la alfombra. Una puerta se abrió y en el resplandor de aquella luz, salió aquel hombre, diferente. Vestía prendas de color caqui, botines de escalador y un sombrero de explorador scout , en su mano derecha tenía una enorme caña de pescar. No tenía anzuelos, ni gusanos, pero tampoco yate, ni mar, por lo que pensó que introduciendo su índice en la nariz y de esta sacar algunos mocos verdes y duros, colocarlos en la punta de su caña, servirían. Así fue, todos los peces, como metales atraídos por un poderoso imán se acercaron a su presa ficticia y de un solo racimo el pescador obtuvo su recompensa. Los puso en el único plato largo que tenía y de no se que lugar saco una botella de vino blanco barato, de las que venden en las vinaterías de media noche.

El plato fue introducido junto con su contenido al horno de micro-ondas por...4 minutos, fue lo que considero mas conveniente y de un “pling” en el Start ,los pequeños vertebrados comenzaron a bailar una danza loca, saltaban de alegría y parecían morirse de la risa por algún mal chiste, eran felices o por lo menos fingían muy bien serlo. Mientras, nuestro hombre fue y regresó del baño, su ulcera cada día se le complicaba más. Había defecado nuevamente con sangre, el Doctor ya le había advertido, si no se cuida morirá, él pensó que de todos modos moriría y antes de abrir el horno, fue a un compartimiento de donde saco lo que parecía un medicamento líquido y lo ingirió como si bebiera algún elixir encantado.

Al abrir el electrodoméstico los pececillos dejaron de saltar, la diversión había terminado. Era ya tan tarde y el hambre tanta que le pareció percibir un olor muy extraño, ¿Tal vez a peces de pecera cocinados en horno de micro-ondas por 4 minutos?. ¡¡Que locura¡¡. De todos modos se sentía bien, si era capaz de soportar 4 días de trabajo continuo sin comer, bien podría soportar los gritos de su conciencia, en ese momento constipada.

Pensó que para ese guiso era necesario festejar en forma especial. Puso el plato en el comedor principal, no en la barra de la cocina donde siempre comía solo. De entre sus curiosidades tomo una vela , de esas que existen para cuando se va la luz y la puso en la boquilla de la Coca Cola, antes bien vació aquel contenido repulsivo. La prendió casi al mismo tiempo en que abría el vino barato. Lo sirvió en aquella copa de cristal de Murano que su madre en paz descanse le regaló para cuando se casara. Las siempre entrometidas burbujas tocaron las paredes del cristal multicolor y aquel vino se disfrazaba para la ocasión. Todo estaba dentro del marco que él había planeado, pero en su emoción no se percató de que aquellos pececillos diabólicos habían estado tramando un plan para no ser devorados, y que aquellos brincos si eran de alegría.

Esteban, me pareció un buen nombre para aquel pescador-ejecutivo, tomó un trago de vino, las burbujas cumplieron su cometido cosquilleandole el cogote, esperó un momento hasta sentir el líquido en sus nervios. Tomo el primer bocado de pescado, un pececillo dorado llamado nada, él no ponía nombres a nada, sentía que ponerle nombres a algo, era como tener una responsabilidad con y sobre ellos.

Mientras, los pececillos esperaban impacientes que alguno de ellos pudiera ser el mártir que salvara a toda la comunidad de sucumbir en un montón de mierda humana, pero eran tan pequeños que las espinas sólo conseguían aumentar el hambre. Así paso con todos los peces dorados. Eran tan buenos y nobles que no pudieron con la furia de su agresor. Los peces multicolores provocaron un sabor amargo, era el veneno del color, del color azul y verde que los hacia malignos, pero jamás pensaron que tan poco efectivo sería su veneno. Fueron devorados al igual que los otros. Uno a uno, el plato se fue quedando vacío.

Al final sólo quedó aquel con grandes ojos y cola de vestido de rumbera. Era del Japón o algo así. Le vino a la cabeza que le habían estafado, que esos ojos no eran como los de los japoneses, que era un burla y que no volvería a comprar más de esos animales extranjeros. Con furia irreprimida, alzó al pez por la cola y lo englulló de una forma harto déspota, casi teosófica , si se puede llamar así, y se lo comió. El gordo pez percibió todo este desprecio y no se lo explicó, se sintió tan abochornado que ya dentro de la tráquea de Esteban, comenzó a inflar sus ojos haciéndolos mas enormes de como eran , al grado de tapar cualquier salida o entrada de algo. Esteban sintió la bola creciendo en su cuello y de como el aire le faltaba . Nada dejó de crecer ni de faltar. Se tiró a la alfombra tratando de encontrar algo en ella pero jamás lo halló y sin mas explotó, tal vez del cuello o del estómago, o tal vez del cerebro, nunca lo supe con certeza. Su departamento de Polanco había quedado manchado en todo el comedor y en partes de la cocina. Aquella noche todo quedo en silencio. Tan en silencio como se encontraba mi casa a esa hora.

Pensé que a la mañana siguiente, seguramente la señorita de la limpieza sufriría un colapso nervioso al tratar de quitar aquella masa de cebo heterogénea que aun continuaba moviéndose en una especie de paroxismo lento y obsesivo, no sé, tal vez brincando de alegría.

1 comentario:

bereweber dijo...

ah chio!! no lo he leído todo pero ay voy!! gracias por escribir, me gusta leer lo que escribes, mañana en la mañana con una tacita de café