sábado, 8 de agosto de 2009

CON UN POCO DE COSTURAS

Tanta desgracia en mi vida, comenzó hace más de seis años cuando rondaba la casa de mi futura suegra para apoderarme del amor de su segundo hijo; vivía desesperada para encontrar al galán que me quisiera, que me comprendiera, o por lo menos que me estimara, y en mi vecino había sembrado todas mis esperanzas, que gracias a la divina providencia se vieron fructificadas al cabo de otros tres años de esfuerzos. Él era todo lo que yo esperaba: alto, delgado, guapo, moreno, con lentes y con un flamante deportivo rojo. Un potencial arquitecto con excelentes calificaciones, atento, simpático y bondadoso; lavaba, planchaba, cocinaba. ¿Que más se podía desear en un hombre?, pero no había considerado un pequeño detalle, el paquete varonil incluía en su interior: una madre de 120 Kg de peso y voz masculina, un padre de 120 Kg, de peso y voz masculina, dos hermanos de 120 Kg de peso y obviamente con voz masculina. Todo advertía el sobrepeso que tendría que llevar en mi espalda.

Al primer año de noviazgo él ya me quería, me estimaba, de hecho, también me amaba. Todo parecía parte de un sueño guajiro, de una ilusión óptica producto de las drogas más fuertes. Pero tanta felicidad no podía durar. Al segundo año la convivencia con la familia, con los amigos, con mi gata y en especial con la mamá del susodicho se hizo más estrecha. Yo lloraba al escuchar las constantes recriminaciones de la madre para con su hijo, bueno ... y a mí que me importa si la casa esta recogida, murmuraba entre mis adentros, que me afecta si van dos días que no lava la ropa o que si no ha trapeado dos veces su cuarto. Tanta histeria por el orden y tanto desorden en su cabeza

Un día al preguntarle sobre su comportamiento irracional sobre la limpieza, me contó que cuando era tan solo una infanta trabajaba de afanadora en la casa de una tal Doña Juanita, ella la había traumado con tanto orden. ¿Ya limpiaste abajo de la congeladora y de la estufa? ¡¡Te falta limpiar las paredes y el techo!! le decía, Pero en lugar de odiar aquellos reproches molestos opto por encontrarle gusto al desagradable hábito de la limpieza compulsiva, tal vez un escape a la falta de educación media que obviamente necesitaba. Sus hijos habían crecido en el torturante ambiente de Doña Juanita que ella misma implantó en su casa, pero a diferencia de la insana e innatural desviación de la madre, ellos optaron por el desgano y el típico ahí se va. Todo sin contrariar a la luchadora madre.

Por mi parte había crecido en la más austera educación de los deberes domésticos, tal vez por que mi única labor como hija de familia consistía en el más puro trabajo intelectual, ya saben, la escuela y demás labores para el engrandecimiento de mi espíritu, provocando el engrandecimiento a mi flojera. Dadas las circunstancias todo parecía indicar un futuro en mi contra, pero tontamente pensé que el amor no tiene barreras ni parientes,

Una noche tormentosa, me encontraba plácidamente recostada en la cama de mi amado viendo la televisión, pero ... con todo y zapatos ¡¡¡Que hoorrror!!!! pensó al verme, ¡¡pero claro ¡¡, como tu no lavas las cobijas¡¡, como tu no te friegas todos los días¡¡, como que tienes aquí a tu madre para que te haga todo, hasta de sirvienta; claro mátame ¡¡¡. Tantas recriminaciones se hicieron por aquella colcha mancillada que me prohibieron nunca más subirme a la cama, bueno, que ni siquiera la tocara. pero... ¿por que tanto drama?

Al cabo de otros meses de sin sabores, descubrí que no sólo la limpieza era lo que afectaba la mente de la señora, además era una madre castrante. Estaba acostumbrada a mandar al marido, a la hermana, a la abuela, a los hijos, a las nueras, a los hijos de los hijos, y a quien se dejara, un verdadero matriarcado sin máscaras, ni mentiras, a su esposo lo golpeaba por las tardes, y lo insultaba delante de mi, “ pero si eres un inútil, ya me tienes cansada, es que hasta los burros saben más que tú”; sus hijos casados siempre checados, diría que se la pasaban más en casa de su madre que con su esposa. Y a sus hijos no casados pues ya podrán imaginarse, “pobre de ti mi amor”, le decía a mi amor, "Si, pobre de mí", era su respuesta. Pero maldición y maldición, faltaban unos cuantos meses para que mi boda fuera un hecho, otros meses de desesperante ansiedad, de desesperante tormento matriarcal.

El segundo altercado fue más terrible que el primero, había llamado por teléfono a mi amado para recordarle que teníamos que ir a ver el departamento donde formaríamos nuestro nidito de amor, y asistir a las pláticas de la Iglesia. “Querido te necesito, ven, no podemos llegar tarde esta vez”, sin saber que el teléfono estaba intervenido ...., por los judiciales?, No. Por el FBI? No. Por la INTERPOL? No¡¡, estaba intervenido por la Madre¡¡. Fue corriendo hasta mi casa para decirme que ya no molestara más a su hijito, que estaba ocupado, que ese mismo instante tenía que ir por las tortillas a Walmart por que simplemente le parecían mas suavecitas y que estaban hechas con Maseca, y que sólo por ese hecho mi amado tenía que recorrer 10 kilómetros en su flamante deportivo rojo. Santo cielo!! ¡¡¡Que barbaridad!!! ¡¡Pero que señora!!! Pensarán, lo mismo que yo pensé, no hubo problemas cuando siguió exigiéndome que ya no lo telefoneara, que las visitas estaban restringidas a horarios y que no volviera a subir los pies a la cama, ¿Otra vez la cama? En fin ... después de 15 horas de espera en la iglesia llegó mi ya no tan querido amado, todas las pláticas bondadosas se me habían olvidado y entonces las recriminaciones fueron de mi parte, “...y que tu madre esto, ... y que tu madre lo otro”,” yo que puedo hacer, yo que puedo hacer”, me respondía. Total que nada se podía hacer. Los sentimientos asesinos y de culpa empezaron a torturarme.

La señora tuvo la primera advertencia cuando una gata de aspecto malévolo, había pasado entre sus piernas y la había hecho caer junto con sus 120 kilos de peso. Pobre de mi bicha, lo bueno es que salió ilesa, A la madre sólo le habían aparecido algunos moretones en los brazos y raspones en las piernas, ¡¡vaya si los animales son tontos ¡¡. La curamos, la reconfortamos, la apapachamos, y ahí quedo todo. Hasta la semana siguiente cuando estando en mi casa recibo la escalofriante noticia de que la madre había sufrido un accidente de la misma naturaleza que al anterior y juro por la virgencita de Guadalupe que la bicha se encontraba en mi casa durmiendo. Efectivamente, la señora había caído al tratar de limpiar las paredes y cristales en su casa, y con los mismos vidrios rotos se había cercenado su cuerpo formando varias heridas, esta vez había ido directamente al hospital, dejando una huella de sangre fácil de rastrear: 45 puntadas en la mano izquierda, 32 en la derecha y 23 en el dedo gordo. ¡¡Que impresión ¡¡. Los doctores dijeron abiertamente que se trataba de un milagro, que sus 120 kilos de peso la habían ayudado a salvarse. En este caso en particular si conviene estar gordo. Ese día empezaron las vacaciones para algunos y los martirios para las nueras; gracias a Dios yo todavía no formaba parte de tan selecto grupo.

Los demás nos dimos la gran vida, ya no mas regaños, podíamos llegar tarde, y sin desvaríos enfermizos por el trabajo doméstico. Nuestro amor marchaba sobre ruedas y sobre las costuras en sus brazos. Otra vez había recobrado el brillo en mis ojos, mi seguridad y mi optimismo para el futuro, la madre era propensa a accidentes y al buen comer, si no era por costuras bien podía ser de entallamiento de vísceras o quien sabe, de muerte cerebral.

Pero no todo lo que parece bien esta bien, y después de varias semanas a la señora se le había introducido el mal del enfermo por costuras, este mal entraba por las mismas haciendo que las personas tuvieran ciertos cambios de conducta, de sentimientos encontrados y de delirios de persecución, poco a poco se volvían violentas y hasta se habían reportado casos donde el resultado era mortal en las personas agredidas. Efectivamente así paso, la señora comenzó a tener regresiones y en sus sueños maldecía a doña Juanita, también a cierta nuera que desequilibraba su vida. Empezó a tornarse más huraña que antes y a dramatizar sus heridas,” hijo ahy¡¡¡ Ayúdame ¡¡, me muero.... No me dejes¡¡.” Siempre servían estas palabras y sus lágrimas para ablandar el corazón de mi amado y apartarme de él, para después, en la intimidad con su familia vociferar que todos eran unos inútiles, que la única que servía era ella y que maldita la hora cuando los conoció. La señora ya llevaba un mes con estos síntomas y todos llevaban toda una vida soportándola.

Para solucionar su problema de temperamento se planeó una junta de familia en el cuarto de mi amado, sin invitación para su madre. El padre, los hermanos, las tías, la abuela, las nueras, todos estábamos ahí, hablamos de requerir nuevamente los servicios de la bicha, cuando intempestivamente y sin llamar a la puerta entro la madre, estaba totalmente fuera de control, miró con ojos desorbitados a los traidores presentes, llevaba puesto su delantal y guantes de trabajo, los cuales sostenían un cuchillo cebollero, tomó unos segundos para fijar su atención y encontrarme plácidamente recostada en la cama, así es ..., con todo y zapatos. La señora se me abalanzo frenéticamente, llena de ira y odio. Cuando pudieron quitarla de mi espalda y llevársela pude escuchar sus gritos varoniles de ¡¡se lo advertí ¡¡¡, aquí la que manda soy yo¡¡, quien es ella para hacerme esto¡¡, malditas costuras, quien cree que lava la ropa ¡¡¡.

Me había quedado sola en la habitación desangrándome poco a poco, con mis lastimosos quejidos y contando los días que tendría que esperar para casarme, para ya no tener que soportar tamaña suegra y hacer de nuestras vidas lo que se nos antojara, cuando a las 500 aparece mi amado, diciéndome que siente mucho lo ocurrido pero que no puede dejar a su mamá sola en este momento, que esta deprimida y lo mejor sería que me fuera a mi casa y checára mis heridas, que cuando tuviera tiempo iría a verme, que no me preocupara que todo iba a salir bien, desapareció de su cuarto para dejarme nuevamente en soledad; me levante como pude y limpie el charco de sangre para evitar nuevos conflictos, me fui a casa a limpiar las heridas espirituales. Mis padres me llevaron al hospital y los doctores confirmaron el milagro, se necesitaron 79 puntadas para cerrar las heridas, después de todo, tal vez un poco de costuras no me vendrían tan mal.


Rocío Bernal Morales
30/09/2003

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